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Tras otra entrevista de trabajo desastrosa, me meto en un bar y pido un buen gin-tonic para ahogar mis penas. Lo que ocurre a continuación es que acabo ahogándome en el hombre fascinante y cautivador que hay sentado a mi lado en la barra. Nuestras indirectas son eléctricas, la química es innegable, y algo parece encajar desde el principio.
Cuando me despierto sola en su lujoso ático con vistas a la bahía de Seattle y me encuentro una nota en la que me desea un buen viaje de vuelta a Chicago, su mensaje me queda claro como el agua: no va a haber una segunda vez.
Al principio, me siento aliviada al no tener que enfrentarme a ese momento incómodo de la mañana siguiente. Pero después, mientras observo pasar los rascacielos de la ciudad de camino al aeropuerto, su abrupta despedida me duele.
Empiezo a deprimirme por lo mal que fue la entrevista, pero al llegar a casa recibo una oferta de empleo inesperada.
Cuando llego el primer día a mi nuevo trabajo, adivina quién viene a saludarme: ni más ni menos que el empresario hotelero multimillonario Asher Kingcaid, mi misterioso extraño. Y me deja bien claro que quiere más que solo una noche.
Pero a mí rendirme a sus encantos no me parece muy buena idea. Cuando te has quemado una vez, lo lógico es mantenerte alejada del fuego.
Sin embargo, Asher parece decidido a arrastrarme hasta las llamas...
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La novia es impresionante. El novio, de infarto. Una lástima que el padrino sea un imbécil de campeonato.
Cuando mi mejor amiga me pide que sea su dama de honor, me siento halagada, claro. Pero solo hasta que me presenta al padrino y me doy cuenta de que ya nos conocemos, justo de esa mañana, cuando... espera... le tiré por accidente un vaso de jugo de naranja encima de su perfecto traje a medida.
No es que fuera de mi mejor momento, pero tampoco tenía que comportarse como un estúpido. Y ahora, lo peor es que tengo que pasar cinco días en una isla paradisíaca con un tipo que es totalmente lo contrario a mí.
Un mandón obsesionado con la limpieza que odia la impuntualidad.
Y yo soy descartada y desordenada, y llegaré tarde hasta a mi propio funeral.
Aunque, si escarbo un poco, igual es posible encontrar algunas similitudes.
Lo detesto, y él me odia. Le encanta ganar. Yo odio perder.
Él es un mujeriego... y yo una chica a la que le gusta divertirse.
Y por eso no debería sorprenderme que seamos la bomba en la cama.
Aunque tampoco importa. La vida es demasiado corta como para quedarse con un solo hombre. Sobre todo, si ese hombre es el billonario Penn Kingcaid...
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¿Mi melancólico y atormentado jefe multimillonario me destruirá o me salvará?
Hace seis meses, escapé de un monstruo en la oscuridad de la noche, con nuestra hija de cinco años dormida en mis brazos. Desesperada y quedándome rápidamente sin dinero, mi suerte finalmente cambia cuando consigo un trabajo de camarera en un elegante club nocturno de Los Ángeles.
El dueño es difícil y temperamental, e implacable en su cruzada por la perfección, pero no es el trabajo duro lo que me asusta. Es la creciente oleada de deseo que me consume cada vez que nuestras miradas se cruzan en la abarrotada pista de baile.
Pero si yo estoy dañada, él está destrozado. La verdad es que no podemos huir de nuestro pasado. Los demonios que acechan nuestros pasos siempre nos atrapan al final.
Cuando el mío llame a la puerta y la verdad salga a la luz, ¿vendrá a rescatarme?
¿O está tan destrozado por sus propias experiencias que tendré que enfrentarme sola a mi némesis?
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Él me prometió amarme siempre. Me mintió.
Conocí a mi alma gemela cuando yo tenía ocho años y él, seis.
Cuando cumplí doce me pidió que me casara con él.
Cuando celebré mi decimosexto cumpleaños me regaló un anillo hecho con margaritas.
Al marcharme a la universidad, a los dieciocho, lloró.
Y a los veinticuatro me rompió el corazón. Lo destrozó en mil pedazos.
Sin embargo, este no es el final de la historia.
Una década después nos hemos visto obligados a reencontrarnos, y mi futuro vuelve a estar en sus manos. Solo que esta vez tengo más años y más experiencia.
Finge ser inocente, pero yo sé la verdad.
Esta vez tengo el control. Ya no puede hechizarme.
Además, el Señor Supermillonario está a punto de aprender que nunca podrá conseguir lo que quiere.
A mí.
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